sábado, 1 de septiembre de 2012

¿Pulmón o corazón?


Vertiente sur del Pico Naiguatá, Parque Nacional El Avila
Fuente: www.talcualdigital.com Caracas, 25 de mayo de 2012 por Elías Toro
El valle de Caracas se acerca rápidamente a un punto que podríamos llamar de saturación no tanto de espacio o densidad de construcción como de los servicios básicos que requiere
Desde hace muchos años se oye decir que el parque nacional de El Ávila, hoy oficialmente Guaraira Repano por voluntad del autócrata, es el pulmón de la ciudad de Caracas.
Esta noción es desde luego un testimonio de que quienes la habitamos hemos desarrollado una conciencia clara de la necesidad de cuidar el equilibrio entre la creciente artificialidad de la vida ciudadana y el ambiente natural en que está necesariamente inmersa. Gracias a ella las distintas y heterogéneas autoridades citadinas que han gobernado de la ciudad a lo largo de más de una centuria, han logrado evitar la invasión de los predios de nuestro parque por parte de las tendencias urbanizadoras anárquicas.
Pero, ¿no sería razonable a estas alturas pedir a este tan entrañable Ávila, el ejercicio de la nobilísima función cardíaca de la que ningún ser vivo puede prescindir su pena de morir de inanición? El valle de Caracas se acerca rápidamente a un punto que podríamos llamar de saturación no tanto de espacio o densidad de construcción como de los servicios básicos que requiere.
Apartando los suministros alimentarios, el agua y la energía, insumos de los cuales una ciudad no puede prescindir ni por un instante, son a medida que pasan los años más difíciles de proveer. Las cada vez más comunes crisis de esos servicios ­los apagones y los cortes de agua­ si bien están agravadas hoy por la incompetencia o incuria del gobierno que padecemos desde hace trece años, tienen que ser resueltos, por su cuantía, con suministros obtenidos de fuentes progresivamente más lejanas, y, en consecuencia, más costosas.
Sin embargo, mientras eso ocurre, convivimos a diario con nuestra nunca suficientemente ponderada montaña sin percatarnos demasiado del potencial que representan las 80.000 hectáreas de parque natural que la contienen, para resolver, si no todo, por lo menos buena parte del problema.
En primer término, aunque no sabemos de estudios históricos serios sobre el comportamiento de los vientos que soplan en la parte más alta, a dos mil quinientos metros sobre el mar a lo largo de la fila que corriendo de este a oeste divide las aguas al norte y al sur del macizo, hay motivos de sobra para suponer que los hay con fuerza y regularidad suficiente para activar cuantos generadores eólicos se quieran instalar en las cimas (El dispositivo comienza a funcionar con una brisa de 2,5 m/seg. y la potencia que alcanza es función del cubo de la velocidad del viento, hasta un máximo, hoy en día, de más o menos 1,5 megawatts). De más está decir que un conjunto de generadores así dispuestos servirían no solo a la ciudad sino a todos los asentamientos urbanos del litoral central.
Por si fuera poco, una cordillera de 2.500 metros de altura como esta se comporta naturalmente como un gigantesco condensador de la humedad atmosférica (castillo de agua, en la jerga de los especialistas), por lo que además del régimen pluviométrico del valle, de alrededor de 1.000 cm/año, en él se produce una cantidad tal vez triple de agua que en escorrentía natural baja por ambas laderas, sur y norte, a la ciudad y al litoral por innumerables quebradas.
De este lado tenemos al menos siete bien conocidas por los caraqueños. Desgraciadamente tales cursos han sido sistemáticamente embaulados, apenas tocan el límite norte de la ciudad, para ser convertidos en colectores cloacales que terminan vertiendo su contenido en la margen izquierda del Guaire.
Independientemente de lo que se haga con ellas en su paso por las áreas edificadas, para evitar los calamitosos desbordamientos, varios de estos cursos da agua podrían ser represados aguas arriba una o más veces, creando pequeños embalses y caídas artificiales de quince o veinte metros de altura, que acompaña esta nota, con pequeños potenciales hidroeléctricos cuya suma, usada discrecionalmente, podría compensar en alguna medida los valles de generación eólica conseguida en las alturas.
Por último, cabe destacar que esta intervención sobre los cursos de agua podría también ser contemplada como mecanismos regulatorios para proteger sus suelos, cuyo comportamiento sabemos por los estudios geológicos y la experiencia de las vaguadas, es muy inestable.
¿Podría un programa como este satisfacer la totalidad del consumo eléctrico de la ciudad? ¿Podría por lo demás complementar el suministro de agua de Caracas? Es precipitado adelantar respuestas categóricas a estas preguntas. Ello no obstante, las ventajas que cabe suponer se obtendrían para el mejor funcionamiento urbano son un buen motivo para invertir tiempo y esfuerzo en un serio estudio de factibilidad.
Pero aún más importante, el gobierno democrático de la ciudad estaría en condiciones de asumir finalmente el manejo de la energía que consume, contribuyendo con ello a reducir el avasallante y castrador control hegemónico sobre ese recurso por parte del Estado central.

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