María Cristina Martínez/Ciudad CCSFoto Enrique Hernández/Ciudad CCS
El filosofo venezolano José Manuel Briceño Guerrero subió al cerro caraqueño por primera vez.
Es martes y al pie del teleférico una comisión de funcionarios del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y del Gobierno del Distrito Capital están esperando al homenajeado de la V Feria Internacional del Libro.
Alguien comenta que la invitación de subir al Guaraira Repano se la había hecho el propio presidente de la República, sí, expreso una chica, “Chávez quedó asombrado cuando le preguntó en la inauguración de la Filven si había subido al Ávila, y él dijo que nunca en su vida”.
A las 5:48 pm, José Manuel Briceño Guerrero llega acompañado de su esposa, Jacqueline Clarac. Ambos son recibidos con abrazos y besos. Se les entrega regalos, entre los cuales destacan libros de filosofía. También se les entrega chalecos para ganarle la partida al frío. Uno de los presentes excusa al ministro Soto y a la jefa de gobierno, Faria, “ellos querían venir pero en este momento están en Consejo de Ministros”.
Destino : 2. 250 metros sobre el nivel del mar
Los invitados suben a una cabina del teleférico, mientras alguien les informa que la empresa ha sido recuperada por el Estado y que ahora tiene precios asequibles al público en general. A las 5:58 pm el teleférico empieza a avanzar hacia 2.250 metros sobre el nivel del mar. El maestro pregunta minuciosamente sobre el mecanismo del trasporte y hasta refiere sin ningún equívoco cuáles son los países que tienen más experiencias sobre este sistema.
Desde arriba Caracas se muestra grandiosa, como si estuviese maravillosamente perdida entre montañas. Nadie desde ese punto puede acordarse de lo caótica que se torna en las horas pico. José Manuel y Jacqueline van sentados cerca del cristal y las luces de la capital se reflejan con cierta divinidad en sus retinas. “Qué hermoso se ve todo”, dice él, mientras acaricia su barba blanca. Ella, en cambio, ofrece un silencio absoluto, abstraída quizás por aquella imagen que deslumbra a miles de turistas, y no deja de asombrar ni siquiera por el sentido rutinario a los mismos caraqueños. Alguien la devuelve a la realidad, ¿usted sí había venido antes, señora Clarac?, sí, pero la última vez fue en la década de los 60, afirma con su pequeño acento francés.
La estación final es Plaza las nubes, los invitados desembarcan. Se les sugiere entrar a un restaurante, ellos prefieren abordar un carrito camino al Hotel Humboldt. Allí un guía comienza su larga explicación: este piso es de piedra jaspe traída de la Guayana venezolana. Me enteré que aquí hay un programa para traer niños a pasear, comenta él, más interesado en los cambios políticos que en otra cosa. “A eso lo llamamos turismo social, ya hemos traído 400 mil niños”, afirma el joven guía.
De paso por el Hotel Humboldt
Dentro del Humboldt, a los invitados se les informa que el hotel tiene 70 habitaciones, que unas cuentan con vista a la ciudad y otras hacia la playa; que Alejandro de Humboldt visitó el Ávila alguna vez. El maestro acota: “Lo sé y después envió un discípulo para acá”.
Al pasar por el salón de fumadores, José Manuel se acomoda en un mueble color beige y antes que le expliquen qué actividades se hacían allí, cruza las piernas con elegancia y simula tener un cigarro en su boca. Mientras tanto, su esposa acaricia el mural donde quedó la única grieta que el terremoto de 1967 le dejo al hotel. Terminado el recorrido al Humboldt, los señores se acercan al mirador, Caracas continúa resplandeciente tal como promete estar hasta el amanecer. Allí, sólo les queda observar. Tal vez les ocurre lo mismo que describe Eduardo Galeano en un libro suyo cuando el niño estando junto al mar le dice a su padre: “Ayúdame a mirar”.
Simplemente maravilloso
Son las 7: 23 pm exactamente cuando se les invita al restaurante Cumbe, en la entrada un saxofonista interpreta la hermosa melodía de Mañana de carnaval. Durante la cena, el maestro se muestra más conversador, empieza a contar sobre una visita que hizo a la parroquia 23 de Enero donde vio jóvenes que tenían aparatos de proyección audiovisual y lo manejaban a su antojo. “eso se llama desmitificar el hecho comunicacional”, dice.
A su lado, dos personas dialogan sobre la política del país, él interviene: “Me parece que el gobierno está haciendo buenas cosas, pero la oligarquía tiene mucho odio y no deja trabajar bien; a ellos no les interesa un proyecto de sociedad, sino seguir con sus privilegios”.
Durante el viaje de regreso José Manuel y Jacqueline escuchan con atención de qué trata el proyecto Ruta histórica, caminos de libertad, se les ve sumamente atentos al tema, manifiestan querer conocerlo, pero de repente recuerdan un compromiso inquebrantable, “tenemos que regresar a Mérida lo más pronto posible, dejamos a nuestros alumnos esperando”.
A las 9:21 pm, la comisión y los invitados descienden del teleférico, se despiden. La prometida invitación se ha cumplido al pie de la letra, el maestro por primera vez ha estado en el Guaraira Repano. Una periodista apresurada le pregunta: ¿Qué le pareció el paseo?, él ensimismado aún, responde pausadamente: ¡maravilloso… maravilloso!
El filosofo venezolano José Manuel Briceño Guerrero subió al cerro caraqueño por primera vez.
Es martes y al pie del teleférico una comisión de funcionarios del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y del Gobierno del Distrito Capital están esperando al homenajeado de la V Feria Internacional del Libro.
Alguien comenta que la invitación de subir al Guaraira Repano se la había hecho el propio presidente de la República, sí, expreso una chica, “Chávez quedó asombrado cuando le preguntó en la inauguración de la Filven si había subido al Ávila, y él dijo que nunca en su vida”.
A las 5:48 pm, José Manuel Briceño Guerrero llega acompañado de su esposa, Jacqueline Clarac. Ambos son recibidos con abrazos y besos. Se les entrega regalos, entre los cuales destacan libros de filosofía. También se les entrega chalecos para ganarle la partida al frío. Uno de los presentes excusa al ministro Soto y a la jefa de gobierno, Faria, “ellos querían venir pero en este momento están en Consejo de Ministros”.
Destino : 2. 250 metros sobre el nivel del mar
Los invitados suben a una cabina del teleférico, mientras alguien les informa que la empresa ha sido recuperada por el Estado y que ahora tiene precios asequibles al público en general. A las 5:58 pm el teleférico empieza a avanzar hacia 2.250 metros sobre el nivel del mar. El maestro pregunta minuciosamente sobre el mecanismo del trasporte y hasta refiere sin ningún equívoco cuáles son los países que tienen más experiencias sobre este sistema.
Desde arriba Caracas se muestra grandiosa, como si estuviese maravillosamente perdida entre montañas. Nadie desde ese punto puede acordarse de lo caótica que se torna en las horas pico. José Manuel y Jacqueline van sentados cerca del cristal y las luces de la capital se reflejan con cierta divinidad en sus retinas. “Qué hermoso se ve todo”, dice él, mientras acaricia su barba blanca. Ella, en cambio, ofrece un silencio absoluto, abstraída quizás por aquella imagen que deslumbra a miles de turistas, y no deja de asombrar ni siquiera por el sentido rutinario a los mismos caraqueños. Alguien la devuelve a la realidad, ¿usted sí había venido antes, señora Clarac?, sí, pero la última vez fue en la década de los 60, afirma con su pequeño acento francés.
La estación final es Plaza las nubes, los invitados desembarcan. Se les sugiere entrar a un restaurante, ellos prefieren abordar un carrito camino al Hotel Humboldt. Allí un guía comienza su larga explicación: este piso es de piedra jaspe traída de la Guayana venezolana. Me enteré que aquí hay un programa para traer niños a pasear, comenta él, más interesado en los cambios políticos que en otra cosa. “A eso lo llamamos turismo social, ya hemos traído 400 mil niños”, afirma el joven guía.
De paso por el Hotel Humboldt
Dentro del Humboldt, a los invitados se les informa que el hotel tiene 70 habitaciones, que unas cuentan con vista a la ciudad y otras hacia la playa; que Alejandro de Humboldt visitó el Ávila alguna vez. El maestro acota: “Lo sé y después envió un discípulo para acá”.
Al pasar por el salón de fumadores, José Manuel se acomoda en un mueble color beige y antes que le expliquen qué actividades se hacían allí, cruza las piernas con elegancia y simula tener un cigarro en su boca. Mientras tanto, su esposa acaricia el mural donde quedó la única grieta que el terremoto de 1967 le dejo al hotel. Terminado el recorrido al Humboldt, los señores se acercan al mirador, Caracas continúa resplandeciente tal como promete estar hasta el amanecer. Allí, sólo les queda observar. Tal vez les ocurre lo mismo que describe Eduardo Galeano en un libro suyo cuando el niño estando junto al mar le dice a su padre: “Ayúdame a mirar”.
Simplemente maravilloso
Son las 7: 23 pm exactamente cuando se les invita al restaurante Cumbe, en la entrada un saxofonista interpreta la hermosa melodía de Mañana de carnaval. Durante la cena, el maestro se muestra más conversador, empieza a contar sobre una visita que hizo a la parroquia 23 de Enero donde vio jóvenes que tenían aparatos de proyección audiovisual y lo manejaban a su antojo. “eso se llama desmitificar el hecho comunicacional”, dice.
A su lado, dos personas dialogan sobre la política del país, él interviene: “Me parece que el gobierno está haciendo buenas cosas, pero la oligarquía tiene mucho odio y no deja trabajar bien; a ellos no les interesa un proyecto de sociedad, sino seguir con sus privilegios”.
Durante el viaje de regreso José Manuel y Jacqueline escuchan con atención de qué trata el proyecto Ruta histórica, caminos de libertad, se les ve sumamente atentos al tema, manifiestan querer conocerlo, pero de repente recuerdan un compromiso inquebrantable, “tenemos que regresar a Mérida lo más pronto posible, dejamos a nuestros alumnos esperando”.
A las 9:21 pm, la comisión y los invitados descienden del teleférico, se despiden. La prometida invitación se ha cumplido al pie de la letra, el maestro por primera vez ha estado en el Guaraira Repano. Una periodista apresurada le pregunta: ¿Qué le pareció el paseo?, él ensimismado aún, responde pausadamente: ¡maravilloso… maravilloso!
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